viernes, 28 de noviembre de 2008

De delitos y delincuentes

El brutal ataque que, en nombre de la seguridad, se hace contra los jóvenes pobres e indigentes, la ferocidad con que se argumenta, la violencia esgrimida por amplios sectores de la sociedad, llama a ahondar en lo dicho y no dicho sobre la cuestión. Hoy, los delincuentes son los chicos pobres e indigentes, antes fueron los cartoneros, los piqueteros, los villeros. Alarma la intolerancia, la tendencia a la disociación, a la ruptura de la sociedad que imponen los medios. En este caso particular en la doble situación de generar opinión pero, también, haciéndose eco de la opinión, a veces larvada, de un sector social que los consume. Las posiciones se van distanciando de tal forma que ya no encuentran espacios comunes. Vivimos en ciudades que alojan individuos, familias, grupos sociales y étnicos que transitan un mismo espacio que, sin embargo, está lejos de ser un espacio común. Es un entramado de redes que intentan mantenerse aisladas unas de otras. Separadas por identificaciones y diferencias impuestas por los estándares globales. Esta coexistencia diferenciadora transforma a los espacios de intersección en puntos calientes de potencial conflicto, competencia o confrontación. Diferenciación que hace inmensa la distancia de lo contiguo. La intolerancia como consecuencia pero también como motor diferenciador.

Revisitar textos de M. Foucault me permite hacer algunas reflexiones sobre la actualidad. “Ha sido absolutamente necesario constituir al pueblo en sujeto moral, separarlo pues de la delincuencia, separar claramente el grupo de los delincuentes, mostrarlos como peligrosos, no sólo para los ricos sino también para los pobres, mostrarlos cargados de todos los vicios y origen de los más grandes peligros. De aquí el nacimiento de la literatura policíaca y la importancia de periódicos de sucesos, de los relatos horribles de crímenes.”

Dos vertientes de esta afirmación: Por un lado, el rol de los medios audiovisuales y escritos convertidos, como esos antiguos periódicos de sucesos editados en papel amarillo, en órganos de difusión de los intereses burgueses hace innecesaria la literatura policíaca. Estos medios, los que están a cada momento en contacto con la mayoría de la población, muestran con placer y regocijo los peores y más morbosos detalles de los crímenes en tanto cometidos por aquellos que sea necesario mostrar como peligrosos agresores (externos) del orden social establecido. No perfilan un discurso moralizador en los términos de los preceptos impuestos desde, por ejemplo, las religiones. Definen los límites del bien y del mal en función de las propias reglas de sus intereses. Es cierto que nada diferente de esas otras imposiciones morales. Delinean así, simultáneamente, la imagen del delincuente y la del delito. Configuran con este conjunto de hechos y personas el universo de lo delictivo y lo ubican en el margen. Así, todo lo que está en las pantallas es delito y todo lo que no está, no lo es. Todos los que aparecen son delincuentes (niños y adolescentes pobres, villeros, cartoneros, etc.) para afirmar que los que no están no lo son. Por tanto, instalan entre la comunidad la preocupación por no ser identificado como pertenecientes a ese conjunto que aparece en las pantallas e invisibilizan prácticas corruptas corrientes. Por ejemplo, los crímenes contra las personas (que trascienden, ya que violaciones, violencia doméstica y otras formas de abusos no salen a la opinión porque son resueltos en esos mismos espacios) cometidos en ambientes acomodados forman parte del universo de lo íntimo mientras que los que ocurren en sectores pobres son problemas sociales. Ser o parecer perteneciente a ese conjunto de “marginales” es un riesgo. Aquí comienza un juego de identidades e identificaciones que polarizan y que, en el caso de los más pobres dividen al grupo social y, en el caso de los ricos o con pretensión de serlo los cohesiona y, a su vez, produce grandes distancias entre grupos.
Finalmente todo resulta en un juego de poder y consolidación de los intereses de los poderosos que inundan y colonizan el espacio de interpretaciones con sus propios lenguajes. “La burguesía no se interesa por los locos, se interesa por el poder, no se interesa por la sexualidad infantil, sino por el sistema de poder que la controla; la burguesía se burla completamente de los delincuentes, de su castigo o de su reinserción, que económicamente no tienen mucha importancia, pero se interesa por el conjunto de los mecanismos mediante los cuales el delincuente es controlado, seguido, castigado, reformado, etc.” Qué mecanismos ponen en juego los sectores medios que se identifican con los poderosos (del mundo) y se diferencian de los más humildes puede ser una verdadera punta de análisis para abordar. Está íntimamente ligado a la identificación política y forma parte de la batalla que el peronismo ha perdido a lo largo de su historia.

viernes, 17 de octubre de 2008

Cambio, Cultura y Sujeto (de cambio)

Podríamos decir que un hecho cultural es aquel que no responde al impulso del "instinto" del ser desnudo y produce un cambio en el espacio humano y que cultura es el conjunto de lazos que sujetan (o transforman en sujeto) al ser humano. Algo así entre ambiguo y tautológico.

Las más de las veces, la cultura actúa como resistencia al cambio. La instalación de la cultura conservadora e individualista impuesta durante 30 años de "Proceso" con sus versiones de terror de estado y seducción de los sectores medios operada en el período de dictadura militar o sólo por seducción durante el menemismo, se ha instalado como valla a cualquier proyecto transformador. Es así que, muchas veces, la progresía declama cambios rompiendo, desde su discurso, los lazos conservadores de su propia cultura. A veces no alcanza siquiera a romper esos lazos y, entonces, levanta una voz de crítica, reniega de su propia imposibilidad sin atacarla.

Sin embargo, esa cultura conservadora resiste. Ya sea en uno u otro límite discursivo, lo dicho no se corresponde con lo hecho. Esta disociación tiene dos efectos bien marcados. Genera frustración (que debe canalizarse por la crítica a "los otros") por alienación y refuerza la resistencia.

¿Cuáles son los límites autoimpuestos para aportar a un cambio? ¿Hasta dónde expongo mi propia situación en función de un bien común? ¿Cuánto estoy dispuesto a ofrecer?

Si no se vislumbró hasta ahora, quiero decir que estoy hablando de cambio, cultura y sujeto en los servicios públicos de salud. Quiero discutir cuánto nos toca a cada uno de los actores que, como agentes de derecho a la salud, trabajamos para la sociedad (el pueblo, digámoslo). Cuánto nos hacemos los distraídos delegando resposabilidades y cargando culpas en otros.

lunes, 4 de agosto de 2008

Pierre Bourdieu La miseria de los medios* (extracto)

¿Existir es aparecer en la radio o en la televisión?

Actualmente, nadie puede iniciar una acción sin el apoyo de los medios. Tan simple como eso. El periodismo termina dominando toda la vida política, científica o intelectual. Habría que crear instancias en las cuales investigadores y periodistas se critiquen mutuamente y puedan trabajar en conjunto. No obstante, los periodistas son una de las categorías más susceptibles: se puede hablar de los curas, de los patrones e incluso de los profesores, pero sobre los periodistas es imposible mencionar las cosas que llegan a hacer...

¡Es el momento de decirlo!

Hay una paradoja de base: es una profesión muy poderosa, compuesta por individuos muy frágiles. Allí se produce una notable discordancia entre el poder colectivo -considerable- y la fragilidad estatuaria de los periodistas, que se encuentran en una posición de inferioridad tanto respecto de los intelectuales como de los políticos. A nivel colectivo, los periodistas arrasan. Desde el punto de vista individual, están en constante peligro. Constituye un oficio muy duro -no por azar hay allí tanto alcoholismo- y los jefecitos son terribles. No sólo se quiebran las carreras, sino también las conciencias, lamentablemente. Los periodistas sufren mucho. Al mismo tiempo se vuelven peligrosos: cuando un ámbito sufre, termina transfiriendo su dolor hacia afuera, bajo la forma de la violencia o el menosprecio.

*Diálogo con François Granon, publicado en Télérama el 15 de febrero de 1995.
PIERRE BOURDIEU Pensamiento y acción
Libros de Zorzal, 2002


sábado, 17 de mayo de 2008

DICE "LA NACIÓN"... DICE "LA PRENSA"

ARTURO JAURETCHE, MANUAL DE ZONCERAS ARGENTINAS
Zoncera N° 37
CUARTO PODER
Mi infancia pueblerina creyó que el cuarto poder era español y republicano. Y muy valiente, pero muy débil, es decir que era poder, pero poco. Más bien que un cuarto poder, un poder de cuarta, muy inferior al sargento Cárdenas, que era el habitualmente encargado de llevarlo preso al "gallego" o a los hermanos Ávila, que atendían los empastelamientos y las garroteaduras persuasivas.
Tema inevitable del sainete o de cualquier cuento de "pago chico", el periódico y el periodista de campaña representaban la libertad de prensa que algún día se habría de lograr pese a la prepotencia de los comisarios y matones.
Mi experiencia de periodista me dice que aún no se ha logrado y que es cada vez más difícil, aunque ahora sean otras las técnicas de los que insensiblemente gobiernan realmente y no en apariencias.
No voy a hacer la historia de los periódicos que me ha tocado dirigir, fatalmente clausurados por los variados Conintes y estados de sitio, que al fin y al cabo no son más que formas estilizadas y con apariencia jurídica del sargento Cárdenas y los hermanos Ávila.
Ahora el cuarto poder existe, y yo diría que es el primero, sólo que no tiene nada que ver con la libertad de prensa y sí mucho con la libertad de empresa.
Hace mucho que el cuarto poder no está constituido por aquel súbdito español, y por añadidura republicano, que conoció mi infancia atravesando la plaza del pueblo con rumbo a la comisaría, gritando sus protestas bajo los empujones del sargento Cárdenas. No sólo ha cambiado el cuarto poder, sino que también muchos periodistas republicanos españoles que andan por ahí conchabados y por encargo de sus patrones son empujadores de sargentos Cárdenas, o se encargan de hacer bulla en otro lado para facilitarle la tarea.
El cuarto poder está constituido en la actualidad por las grandes empresas periodísticas que son, primero empresas, y después prensa. Se trata de un negocio como cualquier otro que para sostenerse debe ganar dinero vendiendo diarios y recibiendo avisos. Pero el negocio no consiste en la venta del ejemplar, que generalmente da pérdida: consiste en la publicidad. Así, el diario es un medio y no un fin, y la llamada "libertad de prensa", una manifestación de la libertad de empresa a que aquélla se subordina, porque la prensa es libre sólo en la medida que sirva a la empresa y no contraríe sus intereses.

Zoncera N° 38
DICE "LA NACIÓN"... DICE "LA PRENSA"
Esta es una zoncera complementaria de la de cuarto poder. Pero en este caso no se trata de
un poder de cuarta. Sobre todo, no se trató.
Esta no es una zoncera difunta como la del tirano Rosas y la piedra movediza del Tandil, porque "La Nación" no se ha caído y a "La Prensa" la volvieron a colocar sobre su base y se menea de nuevo. Sólo que están muy venidas a menos porque ya no se oye como: "Dice La Nación", o "Dice La Prensa".
"La Nación" afirma expresamente que es "una tribuna de doctrina" y "La Prensa" es la doctrina misma. Sólo que ahora, nadie se entera de cuáles son sus doctrinas, porque los editoriales no son inéditos, pero es como si lo fueran: son ileídos. Pero el lector que regularmente los rehuye,no los puede evitar a lo largo de la información, donde se dan las opiniones como noticias. Así, si leyéndolas usted no se entera de cómo ocurrieron los hechos, se entera de cómo debieron ocurrir, según la doctrina de los editoriales. De tal manera, un telegrama de La Quiaca, de Hong-Kong, París, Nueva York o Durban, contiene más doctrina que datos ciertos, sobre todo cuando los datos ciertos se dan de patadas con las doctrinas, lo que revela que en "La Nación" y en "La Prensa" ya saben qué es lo que lee el lector. Esto ha llevado a que los redactores seleccionados rellenen y adoben los telegramas, y que los que no sirven escriban los editoriales; así no es raro que los escriba algún Mitre o algún Paz. O los plumíferos que los Mitre y los Paz tienen para complacerlos en sus menesteres domésticos.

domingo, 13 de abril de 2008

Pensarnos en salud

Marx, que también dijo el lenguaje del conquistador
José Pablo Feinmann1

La intención del presente escrito es transitar por las líneas que unen y separan los polos de tensión de diferentes planos y dimensiones de la salud desde el espacio local, individual, doméstico, cotidiano, hasta el internacional, mundial o global. El propósito no es la más simple o más elaborada disquisición académica, ni siquiera la reflexión de un actor con pretensión de ubicarse en los ámbitos de las políticas debatidas en los organismos internacionales. Pensar lo cotidiano, lo diario con una mirada amplia aunque no en perspectiva. Esa mirada puede servir para orientar nuestras prácticas y, especialmente, nuestras estrategias. Debemos cambiar nuestra percepción del campo de la salud, afirmada en la visión y representación clásica, en perspectiva, y comenzar a verla y representarla con la mirada de los cubistas. Mirando en perspectiva supondremos que nuestro propio espacio se encuentra alejado de los determinantes internacionales, sin embargo, todos los planos distantes o próximos aparecen ante nosotros sin subordinarse, ahí, al alcance de nuestra mano o, más precisamente, a su alcance. Allí está, junto a nuestra práctica, la de todos los días, en cada espacio en el que intervengamos en el conflicto salud – enfermedad, el barrio, en el servicio, en la academia, en los espacios de gestión.

En este viaje intento recorrer la distancia que separa, por ejemplo, la alta política de la baja política, el realismo del idealismo, el orden internacional y el orden global, el centro de la periferia, el norte del sur y así seguir. A riesgo de desbarrancar el análisis pretendo una mirada situada en esta tierra latinoamericana. En ese sentido la frase que precede a estas líneas podría acompañarse con esta otra de la misma novela: “Yo, militante de la causa nacional y popular latinoamericana, pienso desde un espacio ontológico diferente al de Marx. Yo pienso como latinoamericano. Y América Latina es un nuevo rostro del ser, un nuevo surgimiento ontológico.”2 Esta definición nos puede ayudar a pensarnos en situación para, de esa forma, evitar ser sólo pensados por otros. Intentar, así, despojarnos de la subordinación al pensamiento hegemónico, aún aquel que nos resulta grato, cercano (como lo es Marx para el personaje que se expresa así en la novela), para construir una mirada propia. Más aún, reflexionar sobre la propensión de nuestros sectores medios y altos, origen, en general, de nuestros profesionales, a adoptar en forma acrítica escuelas de pensamiento, ideologías, conocimientos y tecnologías.

Intento enunciar un nosotros latinoamericano en el mundo proyectando lo cotidiano al campo de las relaciones internacionales. Vale una consideración sobre lo internacional. Las palabras quedan atrapadas por el momento histórico en que son acuñadas y, a su vez, lo representan. Lo internacional y, por tanto, las “relaciones internacionales” hoy exceden a las naciones - estado. Para Rosenau, “las relaciones internacionales comprenden intercambios sociales, culturales, económicos y políticos que se dan tanto en situaciones ad hoc como en contextos institucionalizados”3. No están reducidas a las relaciones mantenidas entre gobiernos estatales4 y, fundamentalmente, tampoco responden siempre a sus intereses. Parecería que sólo EEUU congenia estado y nación para aunarla, a su vez, con la idea de imperio global. De allí que las primeras escuelas de pensamiento en el campo de las relaciones internacionales se hayan desarrollado en ese país o, en todo caso si consideramos los antecedentes británicos, donde más se han desarrollado. El debate dilemático entre realistas e idealistas, desde la perspectiva latinoamericana no tiene otra resolución que la supremacía de los realistas y neo-realistas. El campo en el que juega un realista se transforma, solo por ello, en un espacio dominado por esa escuela. Obliga a todos los actores a pensar como realistas para no caer en la ingenuidad. Por otro lado, un realista jugando inunda todos los espacios de realismo y, así, los ámbitos de cooperación internacionales que se sustentan en discursos idealistas, por ejemplo, serán objeto de presiones explícitas o solapadas en función de intereses específicos capaces de desbaratar cualquier iniciativa que atente contra ellos. A pesar de miradas ingenuas “¿La globalización es, realmente, una nueva maldición occidental? De hecho, no es ni nueva ni, necesariamente occidental; y no es una maldición”5, el proceso contemporáneo de globalización es consecuencia y razón de un nuevo orden mundial que fija posiciones de privilegio a los países dominantes con la profundización y extensión del neoliberalismo de las últimas décadas del siglo pasado.

Es cierto que la globalización es también un fenómeno cultural, un pintor cubista, un cuerpo de masa inconmensurable que deforma el espacio y el tiempo a su alrededor desafiando nuestra concepción clásica, nuestra percepción, nuestra representación del mundo. También, y esto con fuerte impacto en las sociedades latinoamericanas, genera la ilusión de pertenencia a un espacio que llega por los medios masivos, deslocalizados y concientemente neutro, identificable por sus aspectos exteriores, marcas, gestos, imágenes.
La realidad de nuestros países se deforma, así, en consecuencia a la nueva representación del mundo. Mientras las imágenes recorren el mundo instantáneamente a través de las tecnologías globalizadas, nuestros pueblos se desplazan buscando acercarse a ese mundo globalizado que le muestran esas imágenes. Migran desde la periferia al centro, desde nuestros países a los países centrales pero también dentro de nuestra geografía. La migración interna se lleva a cabo recorriendo grandes distancias que separan países o provincias pero el flujo predominante es desde el espacio rural al urbano. Lo urbano como expresión del mundo de hoy. ”América Latina vive un desplazamiento cualitativo –en menos de 40 años el 70% que antes era rural está hoy en ciudades, quedando sólo un 30% en el campo- sino el indicio de la aparición de una trama cultural urbana heterogénea, esto es formada por una densa multiculturalidad que es heterogeneidad de formas de vivir y de pensar, de estructuras del sentir y de narrar”6. Así, las ciudades alojan individuos, familias, grupos sociales y étnicos que transitan un mismo espacio. Espacio que, sin embargo, está lejos de ser un espacio común. Es un entramado de redes que intentan mantenerse aisladas unas de otras. Separadas por identificaciones y diferencias impuestas por los estándares globales. “Hoy, nuestras identidades –incluidas las de los indígenas- son cada día más multilingüísticas y transnacionales y se constituyen no sólo de las diferencias entre culturas desarrolladas separadamente sino mediante las desiguales apropiaciones y combinaciones que los diversos grupos hacen de elementos de distintas sociedades y de la suya propia.”7 “Para los que económicamente pueden, la imbricación entre televisión, informática y telefonía celular produce una alianza entre velocidades audiovisuales e informacionales que hace de telepolis al mismo tiempo una metáfora y la experiencia cotidiana del habitante de una ciudad-mundo cuyas delimitaciones ya no están basadas en la parcelación de interior/frontera/exterior sino en las estructuras reticulares de los flujos e intercambios informativos, sean estos laborales, lúdicos u hogareños.”8 Esta coexistencia diferenciadora transforma a los espacios de intersección en puntos calientes de potencial conflicto, competencia o confrontación. Diferenciación que hace inmensa la distancia de lo contiguo.

En el entramado internacional queda evidente el doble valor que tiene la salud. Mercancía o derecho. “La salud en la medida en que se convirtió en objeto de consumo, en producto que puede ser fabricado por unos laboratorios farmacéuticos, médicos, etc., y consumido por otros -los enfermos posibles y reales- adquirió importancia económica y se introdujo en el mercado.”9 Aquí es donde se entrelazan los intereses jugados en el espacio de nuestras realidades pero en el alcance mundial, global tanto en la alta política de los intereses económicos como en la baja política. Esta doble dimensión hace que el campo de la salud en el mundo ocupe todo el continuo de las políticas y relaciones internacionales y es así que cada práctica médica es un acto de salud internacional en su doble dimensión.

El ejercicio profesional en el campo de la salud en nuestros países está atravesado por las dimensiones de la salud y las tensiones entre la realidad local y el orden global. Se reproducen en este ejercicio las condiciones sociales y culturales de nuestras sociedades cuando los actores pertenecen a diferentes sectores. Diferencias que se verifican también hacia adentro de los trabajadores del sector superponiendo y entrecruzando las redes de identificación social. Ya sea en los países con servicios fragmentados o desintegrados (como la Argentina) o en países con sistemas integrales y coherentes como el caso de Brasil, la responsabilidad de la atención de las personas más pobres recae en las estructuras de servicio público financiado por los estados, ya sea nacionales o subnacionales e, incluso, por administraciones locales.

Sin importar el ámbito de su práctica, los profesionales egresados de nuestras universidades, acceden a la información globalizada, “universal” tanto por su tránsito por los claustros como por el acceso a los medios y fuentes globalizadas de información y a partir de esta condición, interpretan y se identifican con los centros de saber. La traducción, en el campo de la salud, de la identificación o subordinación de los sectores con acceso a los medios multiplicadores de la globalización a la presión de los centros de dominación económico-cultural y, por tanto, al discurso dominante de la globalización, puede hacerse evidente con lo expresado por Mario Róvere: “Para expresarlo más claramente, los servicios de salud que brindamos a nuestros pueblos se brindan con conocimiento, equipos, insumos y normas predominantemente importadas, fenómeno que es poco conocido o sobre el cual nadie llama la atención, ya que parece que lo natural es que sea así.”10 Estas prácticas se fundan, por tanto, en concepciones ancladas en los centros de saber-poder: “¿Es posible que algo se sitúe al margen del proceso histórico constitutivo de la realidad? Nuestra respuesta a esta pregunta es que si lo es, en la medida en que ocurra una situación de dependencia que genere una articulación entre clase dominante local con clase dominante central, es decir mas ligada al exterior que a los problemas y necesidades de los grupos nacionales, lo cual significa una constitución del Estado del que se intentará excluir a estos grupos dominados, lo que se manifestará en términos de un sujeto de la historia que excede al sujeto del Estado.”11 El lenguaje del conquistador infiltrado en los entramados de la sociedad reforzado por la consideración social del intérprete.

El reto de nuestras intervenciones en el campo de la cooperación entre nuestros países es, no sólo fortalecer el espacio de reflexión propia de la dimensión internacional de la salud pública sino avanzar en el análisis del saber profesional y orientarlo hacia la concepción de la salud como derecho de ciudadanía de nuestro pueblo. Como principio rector para producir un cambio en la situación de salud del conjunto de la población nuestros profesionales deberán asumir que la salud, y en particular el acceso a la atención de la salud, tanto en las prácticas de recuperación como de prevención, es un derecho de ciudadanía y que el mejor profesional es el que interpreta esta condición y se prepara par ello. El derecho positivo a la salud, debe asegurarse con énfasis entre las personas y comunidades más vulnerables pero como derecho de ciudadanía. La ponderación de las acciones debe estar fijada, en todo caso, definiendo los criterios de exclusión (quiénes no son abarcados por tales acciones si es que existe un grupo excluido). Definir una categoría o subconjunto de población como excluidos o pobres puede inducirnos a cristalizar esa condición y caer en propuestas focalizadas de mitigación en lugar de plantear la superación de condiciones que, en mayor o menor medida, responden a procesos históricos recientes o ancestrales pero que, en definitiva, no son inherentes a los grupos sociales pobres o excluidos sino que existen grupos sociales como consecuencia de ello. El objetivo es atacar la exclusión y la pobreza como fenómeno que alcanza a una parte muy importante de la población, buscando sus determinantes y procurando resolverlos. Si no lo hacemos así, sólo estaremos aumentando las distancias dentro mismo de nuestras sociedades y reforzando la globalización excluyente de comienzo de milenio.
Martín Castilla
Rosario, 5 de noviembre de 2007

domingo, 6 de abril de 2008

Espontaneidad - Organización

Como reflexión a los acontecimientos de fines de marzo y la movilización del 1 de abril de 2008 a la Plaza de Mayo en apoyo a las medidas del Gobierno:

Una vez más corremos de atrás a la verdad mediática. Los medios siembran verdades. Estos juegos de verdad que se imponen desde las significaciones de las palabras que se usan. "Pues aquí, en aquel que tiene el discurso y, más profundamente, detenta la palabra, se reúne todo el lenguaje" (Foucault, Las Palabras y las Cosas ). Una vez más debemos defender nuestra posición, nuestra convicción, nuestras certidumbres con las palabras, los marcos y los condicionamientos del "otro". Primero porque somos "el otro" de los medios así como fuimos "el otro" de los ideólogos de la teoría de los dos demonios y como fuimos (digamos la verdad) el otro del peronismo. Aún si alcanzamos a explicar y a introducir en el debate nuestra verdad será, en el mejor de los casos, "la otra verdad" o la verdad que se dice con palabras de "otro" lenguaje.

Se le da valor (y esta fue mi primera reacción de la que, ahora, me estoy autocriticando) al manifestante espontáneo y mucho más valor al manifestante espontáneo de clase media. Justamente, esta identificación entre espontáneo y clase media y el valor que se le confiere me llamó a reflexionar sobre la espontaneidad. Este valor se constituye en valor de réplica al discurso mediático. "Había otro señor, más bien de clase media, que también se había hecho su propio cartelito: "Señores de TN: Yo también soy "La Gente"" (Luis Bruschtein, http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-101693-2008-04-02.html). Contrarrestamos ese discurso con sus argumentos. Nosotros también tenemos manifestantes espontáneos de clase media que preparan carteles caseros y salen a mostrar su indignación a la plaza. Doble trampa mortal del lenguaje. Los valores puestos en la espontaneidad y la clase media.

Sin embargo, el valor que cada uno de nosotros le dimos a nuestra presencia en la plaza, junto con la primaria de estar, fue nuestra respuesta organizativa (iba a poner rápida y casi no puedo escribir más de la risa que me dio), estar no significaba tanto como estar juntos, movilizados e identificados. No se podrá decir que esperábamos trascendencia con nuestras banderas. El valor fue haber ido juntos y encontrarnos juntos allí. Estar fue estar juntos, organizados e identificados. Nosotros valoramos la capacidad de organización y, supongo que muy pero muy rara vez salimos como manifestantes espontáneos. Siempre nos sentimos con necesidad de juntarnos, de compartir, de planificar. Nuestras frustraciones se manifestaron cada vez que fuimos incapaces de hacerlo. Nuestra búsqueda no está en conseguir más espontáneos sino en alcanzar más organización. Hacer de nuestra organización un espacio de militancia y hacer nuestra militancia para alcanzar mayor organización. Sin embargo, marcamos la espontaneidad.

La otra encerrona del lenguaje, de la verdad establecida por reiteración: "Para esos caceroleros, solamente ellos son ciudadanos manifestantes conscientes y civilizados, en tanto los que se les oponen serían todos "acarreados", "matones", o "ejércitos civiles" a sueldo del Gobierno –como dijeron algunos dirigentes de la Federación Agraria en los cortes—, ladrones y narcotraficantes. El hombre del cartelito no estaba en ninguna columna y se paseó por toda la concentración para que lo leyera todo el mundo. Era una forma espontánea de dignificar su decisión de ir al acto." (Bruschtein, ibidem). Parecería que el valor está en el hombre del cartelito. Si no estuviera el hombre del cartelito, la plaza estaría "llenada" con lúmpenes acarreados por obligación, dádivas o presiones. No existe el mínimo resquicio para una decisión autónoma, ni siquiera de consciente subordinación, de aquellos que no forman la clase media independiente y espontánea de todo el país pero a imagen y semejanza de su emblema: la clase media porteña. No se ataca ni se refuta esa idea gorila, profundamente gorila y discriminadora, de que los que se movilizan orgánicamente son todo lo que se dice en este párrafo sino que se muestra al señor del cartelito. Tampoco los cronistas de los medios más cercanos (bah, digamoslo, de Página 12) hablan de hombres o señores que forman parte de la columna del Movimiento Evita, ni de los camioneros, ni del GL. Serán, en todo caso. piqueteros, patoteros o montoneros. Nunca hombres, mujeres, señoras o señores que, por no ser o renegar de ser, de la clase media, decidieron convocarse, organizarse, identificarse y marchar en defensa de un modelo de país más justo, más libre y más soberano.