viernes, 28 de noviembre de 2008

De delitos y delincuentes

El brutal ataque que, en nombre de la seguridad, se hace contra los jóvenes pobres e indigentes, la ferocidad con que se argumenta, la violencia esgrimida por amplios sectores de la sociedad, llama a ahondar en lo dicho y no dicho sobre la cuestión. Hoy, los delincuentes son los chicos pobres e indigentes, antes fueron los cartoneros, los piqueteros, los villeros. Alarma la intolerancia, la tendencia a la disociación, a la ruptura de la sociedad que imponen los medios. En este caso particular en la doble situación de generar opinión pero, también, haciéndose eco de la opinión, a veces larvada, de un sector social que los consume. Las posiciones se van distanciando de tal forma que ya no encuentran espacios comunes. Vivimos en ciudades que alojan individuos, familias, grupos sociales y étnicos que transitan un mismo espacio que, sin embargo, está lejos de ser un espacio común. Es un entramado de redes que intentan mantenerse aisladas unas de otras. Separadas por identificaciones y diferencias impuestas por los estándares globales. Esta coexistencia diferenciadora transforma a los espacios de intersección en puntos calientes de potencial conflicto, competencia o confrontación. Diferenciación que hace inmensa la distancia de lo contiguo. La intolerancia como consecuencia pero también como motor diferenciador.

Revisitar textos de M. Foucault me permite hacer algunas reflexiones sobre la actualidad. “Ha sido absolutamente necesario constituir al pueblo en sujeto moral, separarlo pues de la delincuencia, separar claramente el grupo de los delincuentes, mostrarlos como peligrosos, no sólo para los ricos sino también para los pobres, mostrarlos cargados de todos los vicios y origen de los más grandes peligros. De aquí el nacimiento de la literatura policíaca y la importancia de periódicos de sucesos, de los relatos horribles de crímenes.”

Dos vertientes de esta afirmación: Por un lado, el rol de los medios audiovisuales y escritos convertidos, como esos antiguos periódicos de sucesos editados en papel amarillo, en órganos de difusión de los intereses burgueses hace innecesaria la literatura policíaca. Estos medios, los que están a cada momento en contacto con la mayoría de la población, muestran con placer y regocijo los peores y más morbosos detalles de los crímenes en tanto cometidos por aquellos que sea necesario mostrar como peligrosos agresores (externos) del orden social establecido. No perfilan un discurso moralizador en los términos de los preceptos impuestos desde, por ejemplo, las religiones. Definen los límites del bien y del mal en función de las propias reglas de sus intereses. Es cierto que nada diferente de esas otras imposiciones morales. Delinean así, simultáneamente, la imagen del delincuente y la del delito. Configuran con este conjunto de hechos y personas el universo de lo delictivo y lo ubican en el margen. Así, todo lo que está en las pantallas es delito y todo lo que no está, no lo es. Todos los que aparecen son delincuentes (niños y adolescentes pobres, villeros, cartoneros, etc.) para afirmar que los que no están no lo son. Por tanto, instalan entre la comunidad la preocupación por no ser identificado como pertenecientes a ese conjunto que aparece en las pantallas e invisibilizan prácticas corruptas corrientes. Por ejemplo, los crímenes contra las personas (que trascienden, ya que violaciones, violencia doméstica y otras formas de abusos no salen a la opinión porque son resueltos en esos mismos espacios) cometidos en ambientes acomodados forman parte del universo de lo íntimo mientras que los que ocurren en sectores pobres son problemas sociales. Ser o parecer perteneciente a ese conjunto de “marginales” es un riesgo. Aquí comienza un juego de identidades e identificaciones que polarizan y que, en el caso de los más pobres dividen al grupo social y, en el caso de los ricos o con pretensión de serlo los cohesiona y, a su vez, produce grandes distancias entre grupos.
Finalmente todo resulta en un juego de poder y consolidación de los intereses de los poderosos que inundan y colonizan el espacio de interpretaciones con sus propios lenguajes. “La burguesía no se interesa por los locos, se interesa por el poder, no se interesa por la sexualidad infantil, sino por el sistema de poder que la controla; la burguesía se burla completamente de los delincuentes, de su castigo o de su reinserción, que económicamente no tienen mucha importancia, pero se interesa por el conjunto de los mecanismos mediante los cuales el delincuente es controlado, seguido, castigado, reformado, etc.” Qué mecanismos ponen en juego los sectores medios que se identifican con los poderosos (del mundo) y se diferencian de los más humildes puede ser una verdadera punta de análisis para abordar. Está íntimamente ligado a la identificación política y forma parte de la batalla que el peronismo ha perdido a lo largo de su historia.