domingo, 13 de abril de 2008

Pensarnos en salud

Marx, que también dijo el lenguaje del conquistador
José Pablo Feinmann1

La intención del presente escrito es transitar por las líneas que unen y separan los polos de tensión de diferentes planos y dimensiones de la salud desde el espacio local, individual, doméstico, cotidiano, hasta el internacional, mundial o global. El propósito no es la más simple o más elaborada disquisición académica, ni siquiera la reflexión de un actor con pretensión de ubicarse en los ámbitos de las políticas debatidas en los organismos internacionales. Pensar lo cotidiano, lo diario con una mirada amplia aunque no en perspectiva. Esa mirada puede servir para orientar nuestras prácticas y, especialmente, nuestras estrategias. Debemos cambiar nuestra percepción del campo de la salud, afirmada en la visión y representación clásica, en perspectiva, y comenzar a verla y representarla con la mirada de los cubistas. Mirando en perspectiva supondremos que nuestro propio espacio se encuentra alejado de los determinantes internacionales, sin embargo, todos los planos distantes o próximos aparecen ante nosotros sin subordinarse, ahí, al alcance de nuestra mano o, más precisamente, a su alcance. Allí está, junto a nuestra práctica, la de todos los días, en cada espacio en el que intervengamos en el conflicto salud – enfermedad, el barrio, en el servicio, en la academia, en los espacios de gestión.

En este viaje intento recorrer la distancia que separa, por ejemplo, la alta política de la baja política, el realismo del idealismo, el orden internacional y el orden global, el centro de la periferia, el norte del sur y así seguir. A riesgo de desbarrancar el análisis pretendo una mirada situada en esta tierra latinoamericana. En ese sentido la frase que precede a estas líneas podría acompañarse con esta otra de la misma novela: “Yo, militante de la causa nacional y popular latinoamericana, pienso desde un espacio ontológico diferente al de Marx. Yo pienso como latinoamericano. Y América Latina es un nuevo rostro del ser, un nuevo surgimiento ontológico.”2 Esta definición nos puede ayudar a pensarnos en situación para, de esa forma, evitar ser sólo pensados por otros. Intentar, así, despojarnos de la subordinación al pensamiento hegemónico, aún aquel que nos resulta grato, cercano (como lo es Marx para el personaje que se expresa así en la novela), para construir una mirada propia. Más aún, reflexionar sobre la propensión de nuestros sectores medios y altos, origen, en general, de nuestros profesionales, a adoptar en forma acrítica escuelas de pensamiento, ideologías, conocimientos y tecnologías.

Intento enunciar un nosotros latinoamericano en el mundo proyectando lo cotidiano al campo de las relaciones internacionales. Vale una consideración sobre lo internacional. Las palabras quedan atrapadas por el momento histórico en que son acuñadas y, a su vez, lo representan. Lo internacional y, por tanto, las “relaciones internacionales” hoy exceden a las naciones - estado. Para Rosenau, “las relaciones internacionales comprenden intercambios sociales, culturales, económicos y políticos que se dan tanto en situaciones ad hoc como en contextos institucionalizados”3. No están reducidas a las relaciones mantenidas entre gobiernos estatales4 y, fundamentalmente, tampoco responden siempre a sus intereses. Parecería que sólo EEUU congenia estado y nación para aunarla, a su vez, con la idea de imperio global. De allí que las primeras escuelas de pensamiento en el campo de las relaciones internacionales se hayan desarrollado en ese país o, en todo caso si consideramos los antecedentes británicos, donde más se han desarrollado. El debate dilemático entre realistas e idealistas, desde la perspectiva latinoamericana no tiene otra resolución que la supremacía de los realistas y neo-realistas. El campo en el que juega un realista se transforma, solo por ello, en un espacio dominado por esa escuela. Obliga a todos los actores a pensar como realistas para no caer en la ingenuidad. Por otro lado, un realista jugando inunda todos los espacios de realismo y, así, los ámbitos de cooperación internacionales que se sustentan en discursos idealistas, por ejemplo, serán objeto de presiones explícitas o solapadas en función de intereses específicos capaces de desbaratar cualquier iniciativa que atente contra ellos. A pesar de miradas ingenuas “¿La globalización es, realmente, una nueva maldición occidental? De hecho, no es ni nueva ni, necesariamente occidental; y no es una maldición”5, el proceso contemporáneo de globalización es consecuencia y razón de un nuevo orden mundial que fija posiciones de privilegio a los países dominantes con la profundización y extensión del neoliberalismo de las últimas décadas del siglo pasado.

Es cierto que la globalización es también un fenómeno cultural, un pintor cubista, un cuerpo de masa inconmensurable que deforma el espacio y el tiempo a su alrededor desafiando nuestra concepción clásica, nuestra percepción, nuestra representación del mundo. También, y esto con fuerte impacto en las sociedades latinoamericanas, genera la ilusión de pertenencia a un espacio que llega por los medios masivos, deslocalizados y concientemente neutro, identificable por sus aspectos exteriores, marcas, gestos, imágenes.
La realidad de nuestros países se deforma, así, en consecuencia a la nueva representación del mundo. Mientras las imágenes recorren el mundo instantáneamente a través de las tecnologías globalizadas, nuestros pueblos se desplazan buscando acercarse a ese mundo globalizado que le muestran esas imágenes. Migran desde la periferia al centro, desde nuestros países a los países centrales pero también dentro de nuestra geografía. La migración interna se lleva a cabo recorriendo grandes distancias que separan países o provincias pero el flujo predominante es desde el espacio rural al urbano. Lo urbano como expresión del mundo de hoy. ”América Latina vive un desplazamiento cualitativo –en menos de 40 años el 70% que antes era rural está hoy en ciudades, quedando sólo un 30% en el campo- sino el indicio de la aparición de una trama cultural urbana heterogénea, esto es formada por una densa multiculturalidad que es heterogeneidad de formas de vivir y de pensar, de estructuras del sentir y de narrar”6. Así, las ciudades alojan individuos, familias, grupos sociales y étnicos que transitan un mismo espacio. Espacio que, sin embargo, está lejos de ser un espacio común. Es un entramado de redes que intentan mantenerse aisladas unas de otras. Separadas por identificaciones y diferencias impuestas por los estándares globales. “Hoy, nuestras identidades –incluidas las de los indígenas- son cada día más multilingüísticas y transnacionales y se constituyen no sólo de las diferencias entre culturas desarrolladas separadamente sino mediante las desiguales apropiaciones y combinaciones que los diversos grupos hacen de elementos de distintas sociedades y de la suya propia.”7 “Para los que económicamente pueden, la imbricación entre televisión, informática y telefonía celular produce una alianza entre velocidades audiovisuales e informacionales que hace de telepolis al mismo tiempo una metáfora y la experiencia cotidiana del habitante de una ciudad-mundo cuyas delimitaciones ya no están basadas en la parcelación de interior/frontera/exterior sino en las estructuras reticulares de los flujos e intercambios informativos, sean estos laborales, lúdicos u hogareños.”8 Esta coexistencia diferenciadora transforma a los espacios de intersección en puntos calientes de potencial conflicto, competencia o confrontación. Diferenciación que hace inmensa la distancia de lo contiguo.

En el entramado internacional queda evidente el doble valor que tiene la salud. Mercancía o derecho. “La salud en la medida en que se convirtió en objeto de consumo, en producto que puede ser fabricado por unos laboratorios farmacéuticos, médicos, etc., y consumido por otros -los enfermos posibles y reales- adquirió importancia económica y se introdujo en el mercado.”9 Aquí es donde se entrelazan los intereses jugados en el espacio de nuestras realidades pero en el alcance mundial, global tanto en la alta política de los intereses económicos como en la baja política. Esta doble dimensión hace que el campo de la salud en el mundo ocupe todo el continuo de las políticas y relaciones internacionales y es así que cada práctica médica es un acto de salud internacional en su doble dimensión.

El ejercicio profesional en el campo de la salud en nuestros países está atravesado por las dimensiones de la salud y las tensiones entre la realidad local y el orden global. Se reproducen en este ejercicio las condiciones sociales y culturales de nuestras sociedades cuando los actores pertenecen a diferentes sectores. Diferencias que se verifican también hacia adentro de los trabajadores del sector superponiendo y entrecruzando las redes de identificación social. Ya sea en los países con servicios fragmentados o desintegrados (como la Argentina) o en países con sistemas integrales y coherentes como el caso de Brasil, la responsabilidad de la atención de las personas más pobres recae en las estructuras de servicio público financiado por los estados, ya sea nacionales o subnacionales e, incluso, por administraciones locales.

Sin importar el ámbito de su práctica, los profesionales egresados de nuestras universidades, acceden a la información globalizada, “universal” tanto por su tránsito por los claustros como por el acceso a los medios y fuentes globalizadas de información y a partir de esta condición, interpretan y se identifican con los centros de saber. La traducción, en el campo de la salud, de la identificación o subordinación de los sectores con acceso a los medios multiplicadores de la globalización a la presión de los centros de dominación económico-cultural y, por tanto, al discurso dominante de la globalización, puede hacerse evidente con lo expresado por Mario Róvere: “Para expresarlo más claramente, los servicios de salud que brindamos a nuestros pueblos se brindan con conocimiento, equipos, insumos y normas predominantemente importadas, fenómeno que es poco conocido o sobre el cual nadie llama la atención, ya que parece que lo natural es que sea así.”10 Estas prácticas se fundan, por tanto, en concepciones ancladas en los centros de saber-poder: “¿Es posible que algo se sitúe al margen del proceso histórico constitutivo de la realidad? Nuestra respuesta a esta pregunta es que si lo es, en la medida en que ocurra una situación de dependencia que genere una articulación entre clase dominante local con clase dominante central, es decir mas ligada al exterior que a los problemas y necesidades de los grupos nacionales, lo cual significa una constitución del Estado del que se intentará excluir a estos grupos dominados, lo que se manifestará en términos de un sujeto de la historia que excede al sujeto del Estado.”11 El lenguaje del conquistador infiltrado en los entramados de la sociedad reforzado por la consideración social del intérprete.

El reto de nuestras intervenciones en el campo de la cooperación entre nuestros países es, no sólo fortalecer el espacio de reflexión propia de la dimensión internacional de la salud pública sino avanzar en el análisis del saber profesional y orientarlo hacia la concepción de la salud como derecho de ciudadanía de nuestro pueblo. Como principio rector para producir un cambio en la situación de salud del conjunto de la población nuestros profesionales deberán asumir que la salud, y en particular el acceso a la atención de la salud, tanto en las prácticas de recuperación como de prevención, es un derecho de ciudadanía y que el mejor profesional es el que interpreta esta condición y se prepara par ello. El derecho positivo a la salud, debe asegurarse con énfasis entre las personas y comunidades más vulnerables pero como derecho de ciudadanía. La ponderación de las acciones debe estar fijada, en todo caso, definiendo los criterios de exclusión (quiénes no son abarcados por tales acciones si es que existe un grupo excluido). Definir una categoría o subconjunto de población como excluidos o pobres puede inducirnos a cristalizar esa condición y caer en propuestas focalizadas de mitigación en lugar de plantear la superación de condiciones que, en mayor o menor medida, responden a procesos históricos recientes o ancestrales pero que, en definitiva, no son inherentes a los grupos sociales pobres o excluidos sino que existen grupos sociales como consecuencia de ello. El objetivo es atacar la exclusión y la pobreza como fenómeno que alcanza a una parte muy importante de la población, buscando sus determinantes y procurando resolverlos. Si no lo hacemos así, sólo estaremos aumentando las distancias dentro mismo de nuestras sociedades y reforzando la globalización excluyente de comienzo de milenio.
Martín Castilla
Rosario, 5 de noviembre de 2007